Claro que hubo felicidad. Hubo mucha, hasta flotar a veces, en una nube de perfecto amor.
Hubo un tiempo feliz en que me refugiaba de mis miedos dentro de su cuerpo. Y se hacía la luz, cada vez más dulce , en cada uno de nuestros encuentros. Sin apenas palabras, sólo piel, sentir y sexo.
Me enamoraba poco a poco del vaivén de sus caderas desnudas. Las sentía como olas en aguas bravas. Otras veces como mar en calma.
A medida que aumentaba la frecuencia de nuestras citas, cuando dejaron de ser algo más o menos casual, comprendía que iba a perder un excelente amante para ganar un novio más o menos formal.
Al entenderlo sentí algo así como pena, pues la relación de noviazgo la asociaba yo como que estaría condenada a la rutina y a la larga al aburrimiento. No sé. Estaba descubriendo mi cuerpo a través de su cuerpo y sentía no necesitar nada más.
Pues sí, algo que terminó tan feo y con tanto dolor, había comenzado muy bonito. Y cuando se limpian los recuerdos de rencor, salen a relucir mágicos momentos, de esos que decimos que nos vamos a llevar por delante cuando nos muramos; en realidad, o más bien debiéramos decir que son esos recuerdos los que nos mantienen más o menos cuerdos en vida. Pues sí, porque las ganas de vivir y la alegría a veces desparecen. Y después, para volver, cualquier ayuda es poca, pero la ayuda fundamental es la interior, la que nos damos nosotros mismos. Después de mucha terapia, después de mucho hablar para analizar porque estamos así y no de otra manera, florecen algunos indicios que parecen indicar que te has vuelto a enganchar a la vida. Te vuelves a subir a la rueda y que sea lo que dios quiera.
Cuando se rompe un corazón por tantos lados es inevitable que se desajusten también los engranajes del alma. Es duro aceptarlo, pero algunos pedazos de corazón se ven tan afectados que los perdemos para siempre, pero seguimos adelante (cuando por fin podemos seguir) con la sensación de vivir mil vidas en un único cuerpo.
En algunas miradas, se puede vivir el mar. En otras obscuras, sentir la sensación cálida del suave terciopelo. Cada mirada transmite un mundo interior teñido con los suaves matices que el cuerpo otorga.
Y poco más se me ocurre por ahora, por aquí sacando a flote de mi mente todo lo que necesito para elevarme un poco de mi condición de mortal.
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