Los momentos brillantes quedaron desangelados en algún oscuro lugar de la memoria.
A veces se revelaban en forma de extraños sueños, y al despertar, dejaban su intacta estela en el ánimo.
Podría decirse que todo lo que sabía de él lo había aprendido a través de los sueños en (durante?) los amplios márgenes de su ausencia.
Las campanadas de las diez sonaban, acompañadas de una voluptuosa primavera, ajena al drama que inundaba los hogares del mundo. Los elementos eclosionaban imparables y al pensar en el dolor resultaba insoportable la exultante belleza.
Los sueños se componían de retazos de realidad mezclados con los deseos y los anhelos más profundos.
Despertar del sueño, impregnada de su presencia; era él con nuevos matices nunca soñados o imaginados, con la angustia pugnando por campar en todo el tórax,
Me preguntaba donde se había ido tanto amor, como había permitido que enmudeciera y ensordeciera, dónde estaba.
Y ahora qué hacer en este nuevo orden del mundo: afuera los trinos de los pájaros explayándose por cada rincón de la casa, haciendo soportable la tristeza del encierro.
Dentro de mi, la cuarentena iba logrando su efecto de cambio y, a ratos, sentía plenitud admirando la belleza y grandeza del alma de mi hijo, mi compañero junto con la gata Fénix, en el encierro. Él es como el día claro más fragante de mi niñez, el centro de un majestuoso universo posible.
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