Deambuleo por las noticias intentando encontrar una chispita de esperanza.
Despierto a mi hijo y le pregunto una vez más que qué tal está. Bien, responde, y siento alivio en mi centro sobrecargado de incertidumbre, angustia y miedo.
Y me digo a mi misma, hemos de continuar, como si este día fuese el mejor del mundo porque en realidad es el único que tenemos ahora.
Ir a la compra se ha convertido en un acto de heroicidad. A mi me va entrando pánico cuando veo que se van acabando las provisiones y tengo que salir a comprar.
Rostros enmascarados de toda clase, miradas que se cruzan en unos ojos que se centran en el objetivo de ir echando lo más rápido posible los alimentos al carrito. El supermercado se ha convertido en una trampa mortal (en cuanto a fuente de contagios) y al menos para mi en una paranoia. Pienso que todo lo que cojo está contaminado (como yo deben de pensar la mayoría) y al llegar a casa voy desinfectando uno por uno los productos, que vienen sobre-envasados. Los envases, lejos de disminuir, han aumentado. Yo pienso que los envases se ponen de manera masiva porque les deben de salir tremendamente baratos, porque hoy compré unos croissants que venían en una cajita que en apariencia vale más que el contenido.
Nunca me gustó ir a comprar. Ahora menos. En los pasillos nos cruzamos y ocurre que ese alguien que antes observabas con curiosidad, ahora se ha convertido en alguien a evitar. Nos movemos entre los estantes rápidamente como si fuésemos todos unos apestados. No sé. Todo es extraño y se reviste con un halo de miedo al contagio. Ahora que vamos sabiendo que el bicho es un hijoeputa voraz y que nos han engañado: se ceba en el organismo y destroza los pulmones de un día para otro, al margen de la edad y condición física. Los que saben la verdad son los sanitarios que trabajan en los hospitales y ven lo que hace en los casos más graves.
Yo tengo miedo. Mi gata y mi hijo no parecen tenerlo, son mis guías.
Su ausencia de miedo hacen que mi miedo se manifieste sólo de manera intermitente y así no me paraliza como me ha pasado en otras situaciones vitales extremas.
Escribo porque el ratico que consigo echar unas líneas me siento un poquito más fuerte para continuar.
Al despertar, durante todo este tiempo de confinamiento, supongo que todos pensamos un día más, sabedores de lo corta que es la distancia que nos separa de la muerte.
Ahora voy a ver si soy capaz de seguir poniendo orden en la casa.
Hasta otro rato, si Dios quiere.
Ir a la compra se ha convertido en un acto de heroicidad. A mi me va entrando pánico cuando veo que se van acabando las provisiones y tengo que salir a comprar.
Rostros enmascarados de toda clase, miradas que se cruzan en unos ojos que se centran en el objetivo de ir echando lo más rápido posible los alimentos al carrito. El supermercado se ha convertido en una trampa mortal (en cuanto a fuente de contagios) y al menos para mi en una paranoia. Pienso que todo lo que cojo está contaminado (como yo deben de pensar la mayoría) y al llegar a casa voy desinfectando uno por uno los productos, que vienen sobre-envasados. Los envases, lejos de disminuir, han aumentado. Yo pienso que los envases se ponen de manera masiva porque les deben de salir tremendamente baratos, porque hoy compré unos croissants que venían en una cajita que en apariencia vale más que el contenido.
Nunca me gustó ir a comprar. Ahora menos. En los pasillos nos cruzamos y ocurre que ese alguien que antes observabas con curiosidad, ahora se ha convertido en alguien a evitar. Nos movemos entre los estantes rápidamente como si fuésemos todos unos apestados. No sé. Todo es extraño y se reviste con un halo de miedo al contagio. Ahora que vamos sabiendo que el bicho es un hijoeputa voraz y que nos han engañado: se ceba en el organismo y destroza los pulmones de un día para otro, al margen de la edad y condición física. Los que saben la verdad son los sanitarios que trabajan en los hospitales y ven lo que hace en los casos más graves.
Yo tengo miedo. Mi gata y mi hijo no parecen tenerlo, son mis guías.
Su ausencia de miedo hacen que mi miedo se manifieste sólo de manera intermitente y así no me paraliza como me ha pasado en otras situaciones vitales extremas.
Escribo porque el ratico que consigo echar unas líneas me siento un poquito más fuerte para continuar.
Al despertar, durante todo este tiempo de confinamiento, supongo que todos pensamos un día más, sabedores de lo corta que es la distancia que nos separa de la muerte.
Ahora voy a ver si soy capaz de seguir poniendo orden en la casa.
Hasta otro rato, si Dios quiere.
No hay comentarios:
Publicar un comentario