miércoles, 1 de abril de 2020

Confinados II

Ayer llovía todo el día. A ratos con gran fuerza.
Por primera vez sentía la lluvia como lágrimas negras y su incesante repiqueteo semejaba al castañetear de dientes del miedo atávico a la muerte. Por eso, también por primera vez, quería que cesara la lluvia, porque creaba un gran desasosiego dentro de mi ser.
A la noche, el sueño me llevó consigo a su lado más profundo. Hoy, al despertar, el sol arropaba a todo el mundo.
Al recomenzar a pensar, mi angustia sabía que no era una pesadilla, era real, que un ente diminuto se explayaba en extinguir la vida de millares de hombres.

Y me salió orar un desenfocado padrenuestro.
Me autochequeo y recapacito: estoy bien y caigo en la cuenta que siempre se puede hacer algo bueno, en cada instante.
Miro a mi hijo: ha pasado buena noche, espero que también esté bien. Y así, un día más me vuelvo a sacudir la angustia al levantarme y poner los pies en la alfombra.

Vamos a ver que inventamos hoy para asesinar el tiempo.

Vamos a ordenar y limpiar un poquito la casa. Y después, cuando se levante Marcos vamos viendo. Vivir en el ahora.

Quizás, el ahora es lo único que existe realmente, y futuro y pasado sólo son ficciones para ordenar el tiempo del sueño de la existencia.

Aquí y ahora, construyendo la ansiada calma con los retazos de vida que están a mi alcance.
La calma, calma chicha.

Marcos se ha levantado y al abordarme para darme los buenos días, me ha asustado (ensimismada como estaba).

Le pregunto que si se encuentra bien y me dice que sí. Vamos a empezar juntitos la mañana.

Desayuna y después organizamos sus tareas escolares. Miramos en el correo del instituto a ver si hay algo nuevo de tarea (para tomar nota) y comenzamos.

Recibo una llamada de un número que no conozco, decido cogerlo. Es el enfermero de la residencia en la que vive mi madre. Me acojono. Pero son buenas noticias: mi madre ha dado negativo en el test del coranovirus y se encuentra mejor. Se cruzan muchas sensaciones en mi mente, pero el pensamiento que más destaca es que vaya par de ovarios que tiene la abuela. Es durilla.

Siempre pensando en ahora, el instante de ahora es bueno, vamos a compartirlo con la familia.

Pero como siempre que sucede algo bueno, me vienen al encuentro sensaciones contradictorias. Por otra parte, pienso en la soledad de mi madre, allí, confinada en su cuarto durante toda la cuarentena. Ella aborrece la soledad, como casi todos los humanos, supongo. No podemos visitarla, ni decirle la buena noticia. No podemos hablar con ella, verla al menos, por video - conferencia. Yo que sé.

Es todo tan triste.

En un rato pensaba, que la tierra necesita respirar (como es arriba es abajo) y el virus hijoeputa este se está cargando a millares de personas con unas neumonías terribles (no sé exactamente, pero se instala en los pulmones y lo destroza.

Yo que sé. Supongo que desvarío.

Bueno, que el día ha transcurrido con relativa calma.

Tengo ganas de tumbarme y dejar de pensar unas horas.

Y me marcho a dormir, pues no se me ocurre ahora mismo ponerle otro final al escrito.

Aquí y ahora, las 23:55 h del 1 de abril de 2020

































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