Volvía con terca insistencia al pasado,
Y el pasado sólo me devolvía un ansioso silencio.
Y sentía todo el peso muerto de lo que una vez fue ingrávido y florido.
No se puede volver, en la vida no hay retorno posible a nada ni a nadie.
No se puede volver a ninguna parte, ni siquiera allí donde una vez hubiera reciprocidad y deseo de permanencia.
La eternidad es un rostro de mil caras que acontecen en simultaneidad en un solo y único instante.
Una vez conseguí tejer juntos disparates deshilachados y mantenerme en la ilusión de que, así relacionados por los azares de mi mente, tenían un cierto sentido. Sin entender que de fragmentos particulares no pueden extraerse conclusiones generales.
Dicen que las partes mantienen la esencia del todo, que añoran volver a la unidad. Yo, a estas alturas ya no tengo nada por cierto, ya no sé nada.
A veces, el pensamiento es adictivo y es el peor de los vicios.
Me siento como una página en blanco añeja, abandonada de si misma, esperando ser usada para cumplir su función antes de quebrarse en mil pedazos por tiempo y falta de uso.
Ocurría que me olvida de mi al pensar en él.
Ocurría que todo era para mi, leyéndote.
Ahora, hoy, ya no puedo alimentarme de palabras ni de recuerdos, porque el tiempo terrenal se me agota y necesito transcender de alguna manera.
Su recuerdo fue mi olvido,
tus palabras mi rara presencia
y el silencio es energía potencial que espera ser colmada con creaciones reales.
Yo ya no soy la de hace un rato, en este continuo mutar lo único que permanece se llama conciencia.
Del amor, mejor no hablamos.