Despertar con la sensación de una honda tristeza, con la
certeza ya de que eso que no quisieses que fuese cierto no ha sido un mal
sueño.
Y se te hace breve, ese descanso ,que te aleja por unos
momentos de la hora del pensamiento.
Y sin ganas de nada, vuelves a poner los pies sobre tierra
firme, esa tierra cuajada de estratos de sedimentos de realidad de todas esas
cosas que un día fueron.
Y con la nausea existencial instalada en el estómago y la
garganta intentas dar las gracias por todas las cosas buenas que te depara la
vida. Y no te sale hacerlo, quizás porque no sabes, ni entiendes que todas esas cosas por las que olvidas dar las gracias en cualquier momento desaparecen. Respiras profundamente para intentar deshacer los nudos del tormento. Y por un breve y casi imperceptible instante se despeja el horror.
Y la mente, por un momento se evade hacia los momentos
felices. Fuga hacia mañanas de humo y de risas, de música y de descubrir nuevos caminos en conexión con el cielo.
Era que él me descubría nuevas canciones y yo al escucharlas era capaz de elevarme hacia lo más alto, tanto por la belleza de lo escuchado como por el hecho de que viniesen de su mano.
Y es quizás por esas grandezas incrustadas en el alma que continuamos.
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