Qué nos salve el arte
de lo que no pudo ser
de la distancia que propició el olvido
de las manos vacías y la piel reseca de abandono.
Qué nos lleve a sus confines más prodigiosos
y nos recuerde que alguna vez su luz era tu nombre.
Qué nos salve el arte
que no haya dolor en la caída
y, por contra, nos
sintamos en lo más alto
aderezados por la suave música de sus palabras.
Qué nos una el arte
que no haya lugar para las despedidas
que el hogar sea, a veces, un acento circunflejo
en el medio del alma.
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