Invisibles tallos germinado hacia mi espacio,
mi deriva es tu deseo y éste, mi camino.
Revoloteo de arañas olvidadas en la nada
que se afanan por hilvanar su tela abismal.
Destelleante al paso de tus ojos que iluminan.
Oblícua diagonal en la que convergen mis deseos.
Pues mis anhelos sólo a mi me pertenecen y ahí están muy adentro.
Olor a primavera, sexo y fiesta.
Cadavéricos mundos que florecen en un ciclo de irregularidad
en el que se interpolan las sensaciones, las ideas, las ganas de entender,
cuando no hay el qué nos sirva.
Para identificar la esencia de nuestra ancestral angustia.
De la deriva de nuestros cuerpos hacia la nada.
Vivíésemos un poco más pendientes de interpretar
la melodía que trajimos instalada en el seno de una raza
que vacía todo hasta el absurdo.
Que se empeña en dominar a su hermano
sin entender que se está perjudicando a si mismo.
Cerrando las puertas a toda ruptura de esquemas.
Desplegar esplendorosas alas y volar
Hasta llegar a alcanzar la infinita belleza de todo lo que no es nada.
Todo empieza cuando despegamos los pies del suelo.
En nuestra muerte diaría o con los ojos bien abiertos.
Con el cálido corazón lleno de ganas de acariciar con una sonrisa el rostro amado
y el que no sabemos que también amaremos.
El que nos traiciona y nos juzga
el que nos odia y no ama nada recibe
aunque todo se lo que quiere llevar
para atesorarlo en el saco de su devorador pozo sin fondo,
donde muere toda belleza y no hay esperanza.
Y yo, abofeteada, me río porque ya huelen las mimosas
y los niños disfrutan de los rayos de sol
en sus bellas caras rosadas,
aunque el color de la tez quizás
es lo que menos importa.
Imposible disciplina la de autoimponerme el olvido y la distancia.
Si yo lo que más siento es amor dentro de mi. No puedo.
Es como matar parte de mi misma y, ahora, no me siento suicida.
Y si puedo compartirlo con las nubes,
con la bella luna que nos regala su diversidad cada noche
y nos atrae hacia su regazo volcánico.
Las notas se deslizan entre el incienso,
y a cada segundo ahí estás, aquí te siento.
Y ahora me equilibras en la ficiticia balanza de mil brazos.
Con suavidad, se aproximan tu pendiente y la mía.