Pese a todo, he sabido poner vida en todos y cada uno de los eternos silencios que nos sitian cada día.
Construir el momento con el enfoque más preciso de la mirada.
Entendí que lo que soy se modela con la materia que procura cada uno de los instantes.
Fue duro aceptar la tiranía de un único dios dominando mi mente, descubrir que la felicidad se encontraba mucho más allá de la imposición de ese credo.
A veces, es tan cercana que, si entornas un poquito los ojos, casi se toca con la yema de los dedos.
Cada día es un refugio al que se aferra mi alma perdida. Y me parece un milagro cada nueva luz y matiz del día.
Pero me canso de vivir sin determinadas ilusiones, me refiero aquellas a las que nunca se vuelve, las que se convirtieron en desengaño.
Aquí estoy, perorando, intentando encontrar un poquito de calor y de color en las palabras y sentir la compañía ficticia de aquellos ojos que puede ser que las miran.
Y esa remota estela de mi pasado, que pareció perderse entre estratos de tiempo, vuelve de nuevo, recurrente y letal.
Quiero ser ligera como ave de paso. Pero, muchas veces, la realidad me lastra y me castra.