Se enciende una simbólica vela más. Se apagan cientos de momentos que yacerán discretos y escondidos en algún lugar de la memoria. Puede que algún día vuelvan a ver la luz en forma de recuerdos, pero ya no será lo mismo, ya que al volver (si es que vuelven) quedarán impregnados de las circunstancias del siempre nuevo ahora, afectados por las variables del momento en que renacen.
Hablando de recuerdos, recuerdo la sensación que sentí cuando mi padre cumplió sus 50 años. Recuerdo como astillas en el pecho, me daba lástima pensar en aquel número tan elevado, porque pensaba que ya estaba más allá del meridiano de sus días. Me parecía un vejestorio. Ahora que me toca a mi, solo atisbo a decir que no sé que ha pasado con el tiempo, mi tiempo, se me ha escurrido como arena entre las manos.
Ya no me reconozco cuando me pongo delante del espejo. Pienso que esto se acaba muy pronto, que da vértigo la cifra.
Nunca imaginé que a los 50, mi vida sería como es ahora, todo debería estar en calma y hecho. Sin embargo, me encuentro con muchas cosas aún sin hacer, con miles de fragmentos pululando por ahí de mis sueños rotos, pero aunque la vida no me haya llevado por los lugares que yo soñaba con conquistar, me siento tremendamente afortunada porque me han sucedido cosas increíbles, por las que la vida merece la pena.
Mañana hace 14 años, desde que pude tomar en brazos por primera vez a mi hijo prematuro, mientras se debatía entre la vida y la muerte. Hacía una semana que había nacido a las 27 semanas de gestación. Cuando la enfermera puso a mi hijo en mis brazos sólo pude decir, que era el mejor regalo de cumpleaños que había recibido en mi vida.
Ahora, hoy, me sigo reafirmando en lo mismo. No habido ni habrá nada superior a esos instantes en que por fin pude ver su rostro amado.
Los milagros existen, suceden a cada instante, solo que la mayoría de las veces ocurren y nosotros estamos mirando hacia otra parte. Y es gracias a este saber de ellos, de su experiencia, de su existencia, que continuamos cuando parece que ya no podemos más.
A veces, se entrega el sol a la noche, incendiando el cielo. Y me parece increíble que me sea dado contemplar la infinitud de tanta belleza.
Y desde el desierto de mi existencia, añoro el mar dorado de tus ojos. Y me parece un sueño haber sentido tanto amor desde las profundidades de su orilla.
Y desde que ocurrió ese abrazo no dado, reconozco que nunca podré desvelar el misterio de tu bendita presencia.
Y es que voy a hacer mañana 50 años y no será un día especial, será otro día más sin verte.
Y ya no me duele tu ausencia, no, ya hace que cesó el duelo. Más la anestesia del recuerdo no me impide soñar contigo.
Ahora sé que no voy a olvidarte, ya que habitas en el rincón más fragante de mi alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario