A veces, los sentimientos de culpa del pasado llenan todo el espacio de la mente arruinando el presente, impidiendo disfrutar de nada. Esto debe de ser lo más parecido al infierno. Esto me decía a mi misma esta mañana.
Cuando el pensamiento se fija en la culpa, el día avanza denso y todo él se convierte en una larga espera, hasta que llega el sueño y la mente, por suerte, para.
Hubo un tiempo sin objetivos en el que mi mayor deseo era que llegase la noche para irme a la cama a dormir. Allí, arropada hasta los ojos, por fin descansaba y mi cabeza mal dirigida, al desactivarse, dejaba de torturarme. Este tiempo que hubo, pasó dejando alguna que otra pena y nada de gloria, es el tiempo del que no tengo apenas recuerdos, el que se me escapó como agua entre las manos.
De ese tiempo, no tengo recuerdos de momentos brillantes, pero si evoco la sensación espantosa de esa etapa, la sensación de que lo bueno que había en mi, se había volatilizado.
Cuando por fin decido mirarme a los espejos, resulta que me entra pánico y al enfrentarme a alguno de ellos no me reconozco. El invierno vino a instalarse en mi una larga temporada .Vivía por inercia e intentando ir más allá por mi hijo: no me gustaría que me recordase como un ser sin pasión y sin alma.
No sé si algún día podré perdonar mis errores pasados que creo yo que son la causa de mi enfermedad.
No sé si algún día lograré alcanzar una paz duradera. Se bien que eso dependerá de mis acciones y de mi suerte.
Hoy he sentido por vez primera lo bien que sienta hacer las cosas bien, rectificar cuando aun estamos a tiempo, resolver una situación que de dejarla estar puede te lleve a un lío de tres pares de cojones.
Yo creo que maduramos cuando plenamente conscientes, nos sentimos responsables de nuestras acciones y de nuestro devenir, sin cargar culpas a terceros e incluso a cuartos.
Somos un compendio de acciones y de como nos tomamos las circunstancias. No creo en el soy yo y mis circunstancias, a secas. Soy yo, consciente de mis acciones y yo en como me tomo y me adapto o no a mis circunstancias.
Pero no he acudido a este lugar a filosofar, sino a desahogarme, como la mayoría de las veces.
Bueno, creo que ni siquiera el tormento dura eternamente, este cesa porque conseguimos apagar su combustión de alguna manera o por muerte natural.
Hasta aquí elucubraciones sobre las horas muertas.
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