Hoy me encuentro dormitando a cada rato, como lo hacen la gata Fénix y el perro Newton.
Así no puedo concentrarme en nada que no sea ejercer una labor doméstica. Estoy planteándome dejar de tomar los ansiolíticos para poder despejarme de esta modorra que me envuelve.
Aborrezco el calor, siempre lo he aborrecido porque me impide pensar con claridad. Aborrezco más aún el calor húmedo de los días nublados o con mucha calima, pues se pega todo a la piel sudorosa.
Ayer tenía cita con mi psiquiatra. Verifiqué (es la tercera vez que me atiende y al la de tres va la vencida) que no tengo ayuda alguna con ella. Me preguntó que qué tal estaba, le respondí que bien y me dijo que continuaba con el tratamiento y me formalizó una nueva cita para octubre. Para esto empleó aproximadamente dos minutos. Y en su caso no es porque tenga prisa debido a una gran agenda repleta de pacientes. Es porque ella es sucinta, supongo. Tengo que pedir sin más demora que me cambien de médico, no está la cosa para perder el tiempo con alguien que no me aporta nada.
Después estuve con Eloy, enfermero con el que hago terapia. Hablamos sobre muchas cosas que luego se convierten en herramientas útiles para gestionar mis emociones y mi ansiedad, sobre todo la muy puta ansiedad. En este sentido es fortuna poder charlar con él, es un profesional como la copa de un pino, de un pino chiquitito, vaya.
Estoy leyendo un libro de Juanjo Millás, se llama La vida a ratos.
Se trata de una especie de diario, donde determinados días de la semana anota lo que el considera digno de ser anotado y me gusta: en los fragmentos también se encuentra la presencia del todo, por eso el libro aspira a ser novela.
Animada por su lectura (que aún no he concluido) se me ha ocurrido a mi hacer un experimento parecido que comienza con estas líneas de hoy.
Hoy me desperté de madrugada, estaba soñando con él. Era un sueño con tintes eróticos, de besos muy lentos y extraños, de la carne como protagonista en un amplio sentido.
Me he sorprendido porque no sé porqué pensaba que él ya estaba desalojado del subconsciente (del mío, vaya). Pues se ve que no. Y a nadie le amarga un dulce.
Me costó volver a dormirme pero me daba igual no dormirme estaba tranquila y según mi sueño desahogada. En el sueño nada era más real que cuando volví a mi cuerpo.
Lo demás es un transcurrir de las horas empleadas en pequeñas cosas cotidianas.
Bueno, nada original se me ocurre. Así es que a más ver.