El tiempo que me ha sido asignado no te pertenece. Tampoco le pertenece a mi hijo. Ni siquiera me pertenece a mi.
Estoy intentando sobreponerme a mis miedos porque ya no puedo más. Siento tu odio hacia mi como un animal hambriento, insaciable. También, veo tu odio como una lente deforme que crea monstruos imposibles allá donde sólo hay una voz humana.
Nunca pensé que transitarías territorios pantanosos llenos de cadáveres antes que tender puentes hacia la cordura.
Deberías sentir tormento cada vez que cierras una puerta, que el sonido de cada uno de sus goznes te recordara aquella fatídica vez que me cerraste la puerta y me abandonaste a la enfermedad y la muerte.
Mi corazón se paró por unos instantes. Luego mi mente. Pero antes de extinguirme del todo quedaba dentro una misteriosa llama que poco a poco me volvió a la vida.
Entonces supe que la muerte no duele, es tan solo descanso de esta vida tan cruel. Y al volver, se dibujó en mis labios una sonrisa, porque ya nada podía importarme. De alguna manera se había desvelado parte del misterio.
No sabía entonces que aquello no era el final, era tan solo un nuevo comienzo. Era un eslabón más de una infinita cadena de acontecimientos preparados para elevar la conciencia.
No merezco tus comentarios, tan poco inteligentes y dañinos.
Tampoco merezco tus supuestas ironías.
Ya no quiero hablar contigo.
No quiero dedicar más tiempo a las cosas y a los seres que no tienen alma.
Estas palabras no van dirigidas a ese hombre anodino que no se atreve a mirarme a los ojos cuando por las forzadas circunstancias de la vida se cruza en mi camino.
Me dirijo a su yo superior que se encuentra perdido, quizás en las brumas del dolor o en los cerros de Úbeda (que nunca llegó la poesía a dejar poso en su ser).
Déjame en paz de una vez.
Yo no pude hacer otra cosa que dejar de quererte, por tantos boquetes que, con el puñal invisible de tu ignorancia, infringiste a mi pobre corazón.
Sé bien que yo hice cosas muy mal, pero después de todos estos años creo que es el momento que también salgan a la luz tus culpas.
¿De verdad no oyes los goznes de las puertas cuando se cierran?
¿Sabes? De pequeña rezaba.
Yo confieso ante dios todopoderoso de pensamiento, palabra y omisión.
Sólo que cuando se reza se repiten cosas de memoria y muchas veces uno no entiende muy bien. En realidad no se trata de entender, sino de que las palabras lleguen al lugar adecuado. Yo no sabía que era eso de la omisión. No lo he sabido hasta que no lo he sentido aquella noche en que te pedía por favor ayuda, que tenía mucho miedo, que me encontraba muy mal. Lejos de ayudarme cerraste con furia la puerta tras mi cara. Nunca podré olvidarlo. Y seguramente tampoco perdonarlo.
Mientras tanto, el tempo ha pasado. Y sigues buscando matarme con las palabras cuando como un rayo me fulminaste tras una puerta hace más de seis años.
Recuerdo que después de volver a latir mi corazón y de alguna manera recomponerme, al amanecer llovía. Y pensé en la canción: y si llueve, saldremos a la lluvia. Y salí a la calle. Y todo me parecía irreal un decorado ideado con un complejo algoritmo matemático que lo relacionaba todo.
Aunque viví esa madrugada, la herida que dejó el acontecimiento en mi corazón y en mi mente nunca pudo cerrar, probablemente sólo pueda hacerlo si alguna vez lo perdono.
¡Hay tantas cosas que quiero expresar! Pero no me salen las palabras. Mi voz se quiebra quizás presa del miedo.
Yo no quiero que tu odio me empape.
No puedes imponerme tomar las decisiones cuando a ti te surgen las necesidades. No puedes imponerme nada.
Tienes la desfachatez de decir que hacerme favores a la vez que te burlas de mi y difamas.
¡Bah! Me aburro. Me aburres.
Sólo quiero que me dejes en paz.
Empezaba diciendo que el tiempo que me ha sido asignado no te pertenece y, sin embargo, estoy dedicándote ya demasiado tiempo.
Digo que el tiempo no me pertenece. Así es. Es un regalo de la vida.
Como esta voz.
O como su sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario