Tomamos la calle Libertad, de camino a la residencia de mayores donde vive mi madre.
Al llegar, nos dirigimos a la "sala de las miradas perdidas" que se encuentra a rebosar. En esta sala cualquier muestra de afecto, necesita su réplica.
La llamo así porque esta estancia está poblada de rostros de mirada perdida, que parecen buscar algo en un lugar indeterminado, quizás estén dentro de otra dimensión.
Saludamos con besos a nuestra madre y guiando su carrito, salimos al espacioso porche.
Nos ubicamos en la cara más fresca de la columnata, donde se nota más la brisa.
Al lado, se sienten dos mujeres conversar. Como lo hacen en un tono elevado, no podemos evitar oír lo que hablan.
Una de las mujeres dice:
- Por la noche no consigo rezar, pues me quedo dormida
La otra, le contesta:
- Es mejor es no rezar tanto y tener buen genio.
Al escuchar lo del "buen genio" me he transportado a la infancia y al "mal genio" (entre otros) de mi padre.
Ahora, en casa, miro en el diccionario de la RAE el significado de genio. Y dice lo siguiente:
genio
Del lat. genius.
1. m. Índole o condición según la cual obra alguien comúnmente. Es de genio apacible.
2. m. Disposición ocasional del ánimo por la cual este se manifiesta alegre, áspero o desabrido.
Y me parece que ciertamente es buena cosa obrar con buen genio.
Quizás los rezos se pierden como un eco que se disipa en los rincones más perdidos del espacio.
Últimamente voy mucho a visitar a mi madre y observo, escuchando múltiples conversaciones, que me gusta mucho recuperar expresiones y palabras con la afección de mi tierra, me parece que ese lenguaje es mucho más rico en matices que el que utilizo ahora.
Poco se habla y se escribe de la vejez, la cara menos amable y , quizás, menos "glamurosa" de la vida.
Es el sueño intermitente, recurrente y profundo, que llena cada vez más el espacio y el tiempo, ensayo minucioso y general para el que será sueño eterno.
Decía mi abuela Mariana que qué feo es hacerse viejo.
No se refería precisamente a la "fealdad" física, más bien hacía referencia a las enfermedades y limitaciones que con la vejez, a veces, se sufren.
Envejecer semeja una continua renuncia de todo lo que antes había en plenitud y abundancia, sobre todo cuando la juventud campaba a sus anchas en el mundo de la belleza.
Sí, esta etapa de la vida parece una obligada, continuada y acelerada renuncia respecto de todo lo que antes hubo en exuberancia, a la espera de la muerte.
Parece espera en los aledaños del sueño y sueño en los momentos brillantes impregnados de sentimiento y autenticidad.
Pero, por fortuna, en el ánimo de muchos mayores, ante la adversidad se encuentra la semilla siempre fresca de la superación, de saber que se puede escapar uno en un abrazo, en una canción cargada de una nebulosa de recuerdos, en una conversación sobre tiempos remotos, esa parte del yo que pugna por permanecer en una mente cada vez más difusa. En un cuerpo y una mente donde se superponen todos los recuerdos, a veces la mente se nubla y se trastoca el orden (o se difumina y se borra) y donde escribir cosas nuevas es parecido a reducir el espacio a su mínima expresión.
Ella, mi madre, se aferra con tal fuerza a mi mano que a veces llega incluso a hacerme daño, En su rostro, a veces, se encuentra una expresión como de extrañamiento, de no entender nada; otras veces se encuentra distraída ejecutando alguno de sus involuntarios bucles. Yo intento evadirme, no quiero pensar, porque pensar me conduce a la cara menos amable de toda la situación y la única manera de no pensar es sentir fluir la vida mano a mano, como si ese gesto fuese la manera de ponerse a salvo de toda esa locura.
Muchos mundos dentro de este mundo, los que nunca te imaginas que vas a recorrer. Y a los que de manera inevitable terminas llegando.
Este mundo que se abrió ante nosotros hace ya más de dos años, el de la tercera edad o el de la etapa final (para quien llega) de la vida humana, está lleno de muchas pérdidas y limitaciones, pero también de situaciones surrealistas que provocan mucha risa.
Son los besos, las caricias y los abrazos, especialmente cuando no hay palabras para comunicarse o se ha perdido gran parte de la memoria en este último avatar.
Y además, siempre hay alguna palabra cargada de humor o de intención amorosa que no hace falta comprender, pues sus fonemas son solo el medio de transporte de una intencionada emoción que siempre llega.
¿Qué importancia tiene que no recuerdes mi nombre si tomas mi mano y se enciende tu alegría?
O te vas tranquilizando sólo por estar conmigo, con nosotros, si un día te encuentras muy nerviosa y revuelta.
No se si me conoces o me recuerdas, y poco importa, pues se que te hace feliz estar en nuestra compañía.
Quizás lo único importante sea la buena compañía y el buen genio en esta vida.