¿A qué no me conoces?
Era la consabida fórmula oral con la que se iniciaba el primer acercamiento.
La máscara callejera se presentaba ante ti con el rostro tapado, las formas y hechura del cuerpo disimulados con rellenos, en capas sucesivas de telas y con composturas de vestimentas inenarrables.También disimulaba, en la medida de lo posible, la voz y los andares. Y así, comenzaba la representación de una historia que se iba inventado y configurando sobre la marcha, mezclando la imaginación, rayando lo absurdo con tintes de realidad.
Hoy la mayoría de la gente se disfraza, pero no se viste "de máscara" (con máscara) y la representación entre máscara y persona sin vestir de máscara ("dar broma"), casi ha desaparecido y el encanto de inventar sobre la marcha una situación teatral muy divertida.
Era de alguna manera, dar rienda suelta (aprovechando el anonimato) a los deseos más íntimos que se obvian o permanecen dormidos el resto del tiempo. Era procurar un acercamiento a personas que en devenir cotidiano de los días quizás no te atrevieses nunca.
La máscara es el subterfugio perfecto para abandonar el traje de la personalidad cotidiano y convertirte en quien te de la imaginación.
Los disfraces siempre te visten de algo. Las ropas de la máscara callejera pueden ser cualquier cosa reconocible o el resultado ser muy parecido a un esperpento. Cuanto más horrible o absurdo es el resultado más risa le da al que lo lleva.
Ahora todo el mundo va disfrazado de algo. Sin embargo, la máscara no va de nada concreto, así puede abrirse a ser lo que quiera, va de máscara y punto y a lo largo de la velada irá improvisando un repertorio o a repetir como un mantra el que lleva preparado, cuando lo lleva.
Ahora seguimos sin conocernos, pero se echa en falta la figura de la máscara callejera original de los carnavales.
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