Hace mucho tiempo ya, en la noche de un día tal como el de hoy, sentí entre sueños la calidez de un beso en mi rostro.
Al despertar, estaba convencida de que Baltasar, una vez que había dejado en casa los regalos, se había despedido de mi de esa manera.
Una vez despierta me tocaba la cara en el lugar donde había sentido su beso, como queriendo rememorar el instante, como si parte de aquel beso siguiera todavía latiendo en la mañana.
Era muy niña, no recuerdo que edad tendría, sólo recuerdo que eran los tiempos en los que me gustaba ir a buscar rosas de invierno.
Años después, una tarde de diciembre, mi madre me mando a buscar algo que necesitaba a la despensa . Del "algo" tampoco me acuerdo, pero sí de mi casual hallazgo. No sé porqué me entretuve, antes de coger lo que mi madre me había pedido, mirando dentro de un mueble oscuro. El hecho es que al abrir una portezuela me encontré cara a cara con una muñeca idéntica a la que yo le había pedido a los reyes, idéntica no, pensé, es que era esa la muñeca que ya no me iban a traer jamás los reyes, pues acababa de descubrir su verdadera identidad.
Mientras descendía la escalera con lo que mi madre me había pedido, notaba una contradictoria sensación de alivio y de tristeza. Muchas de las preguntas que me hacía respecto de la supuesta magia de los reyes, habían encontrado su respuesta en un momento y saber me aliviaba. Tristeza porque acababa de desilusionarme al recordar aquella noche de reyes en que me besó Baltasar.
Nunca sabré quien me dio ese beso tan dulce.
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