Él, de buena mañana, con más contundencia que
virtuosismo, silbaba, hasta que poco a poco se arrancó a modular algo parecido a un
canto.
Mi madre lo sentía y se quedaba admirada del ánimo alegre de Darío, pues hacía apenas unos días que su esposa había fallecido.
Dirigiéndose al él, mi madre, le increpó diciéndole:
- Darío, ¿cómo puede usted cantar?, qué se acaba de quedar viudo.
Él, le contestó:
- Ramona, el muerto al hoyo y el vivo al bollo.
Acto seguido, continuó con su improvisada tonada.
En su inicio, el duelo es un estar a ratos. Estar sólo en esas breves treguas que establece el dolor con la existencia, necesarias para darle algo de vuelo a las almas desgarradas.
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