miércoles, 13 de diciembre de 2017

A rosas

Esta mañana al entrar en su habitación,  un sutil olor a rosas fragantes inundaba todo el espacio, ese es su olor. He llenado de ese aire perfumado mis pulmones, que ponía en evidencia su ausencia. ¡Buenos días, tristeza!

Miro su cama y se me representa la imagen de su bolsa de viaje sobre la cama. Permaneció durante semanas ahí encima, sin cerrar (como ella la dejó),  abandonada e inmóvil, como prueba evidente de ese viaje que nunca llegó a realizar, pues la vida había decidido hacer parada en otro destino muy distinto al planeado.
Ocurría que no nos atrevíamos a tocar nada de sus cosas (incapaces de admitir aún lo sucedido). Es como si la casa se hubiese convertido de alguna manera en una especie de santuario en el que nadie se atrevía a cambiar de lugar ninguno de sus objetos (en la secreta e inconfesable esperanza de que ella volviese y lo volviera a ordenar de nuevo todo a su gusto). Así quedaron durante muchos meses todas las cosas y el último orden que ella había dispuesto con sus manos en su hogar.
Es como si en la realidad de los enseres, de los objetos y de las cosas, hubiesen pistas para desvelar el misterio de lo ocurrido, algo que diese sentido a esos instantes previos al fatídico momento en que la muerte pugna por arrebatar la vida, desbarajustándola para siempre.
Pero continuamos, siempre en diferente manera, rumiando todo el dolor, quizás sin llegar a aceptar del todo las nuevas situaciones. Transitamos.
Qué doloroso es el encuentro con  los objetos personales de un ser tan querido ausente.

Esta mañana el sol compite con las nubes, penetrando los espacios que quedan entre ellas con sus rayos de luz blanca, clarísima y furiosa. No recuerdo un diciembre tan luminoso y tan extraño.
El calendario avanza con una rapidez desoladora.
Ahora ya no aborrezco la navidad, simplemente la tolero por la mucha ilusión que en ella depositan los niños.


Echo de menos el hablar con mi madre, hay cosas muy importantes de la vida que sólo puedes compartir con un padre y una madre.

Al otro lado de su silencio se encuentra una gran sonrisa y unos brazos que se abren invitándote a fundirte en un abrazo.

Ahora hay besos, muchos besos.

Si fueran besos las palabras todo el mundo se entendería perfectamente.























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