Con la sensación de algo así parecido a la tristeza, apenas si comienzo a aceptar los diferentes aspectos de aquello que soy y, sin embargo, no era capaz de ver. He permanecido demasiado tiempo ensimismada en el dolor y con la mirada vuelta hacia los otros, sin entender que había abandonado uno detrás de otro mis sueños. Y sin alimentar bien los sueños, se condena a la extinción esa chispa divina que todos llevamos dentro.
La soledad más desgarradora se siente en el silencio más negro, al irse mostrando uno a sí mismo como realmente es, poniendo partículas de luz en ese lado obscuro que también nos compone. Es terrible y necesaria esa soledad, porque a ver lo que eres y como tú eres, nadie puede ayudarte.
Es el símil del escultor de piedra, que de una mole informe es capaz de sacar los rasgos más delicados conforme su pericia y su visión. Es un mirarse a si mismo, es tomar consciencia y manifestar los mejores aspectos del ser hacia fuera en la obra inacabada siempre de la vida.
Cada nuevo día es una lucha por mantener el equilibrio, cada instante una oportunidad para moldearnos como mejor queramos. No todo el interior se descubre a la vez.
Despojarse de lo que vela la realidad es una tarea de toda una existencia.
Acojo el ocaso con la sensación de algo parecido a la calma, deteniendo la mirada en los rincones, que tienen el eco de mil presencias.
Es el momento de dar espacio y tiempo a todos esos sueños.
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Quien pudiese ingerir
Un fármaco precioso
Convertir en realidad
Todos esos sueños.
Manolo García
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