domingo, 21 de marzo de 2021

Dentro. Sin posibilidad de entrar. Sin poder salir fuera.

 Siento una tristeza infinita en tu mirada que atraviesa el cristal que nos separa.

Madre, los días deben de hacerse eternos sin un beso, un abrazo, una caricia que calienten tu alma.

En los breves instantes que duran nuestras visitas, mi mente se llena de sensaciones encontradas. 

Por una parte la alegría de sentirte viva, fuerte y sobrepasando la adversidad. Por otra,  en el fondo, muy adentro, me llega toda esa tristeza que emanas y siento una gran impotencia porque no puedes atravesar el vidrio y venirte afuera, donde el sol más brilla. 

Es muy doloroso no poder ni siquiera tocarte, no saber cuando llegará el día en que nos podamos fundir en un abrazo.

Madre, yo no sé hasta que punto comprendes todo lo que ha pasado, porqué vamos a visitarte como bandidas enmascaradas. A veces, pienso que no nos conoces, pienso que a lo peor crees que te hemos abandonado como ya ni siquiera te rozamos.

Madre, yo no quiero que estés triste. No me importa que no me conozcas, cada una de tus células forman parte de mi ser y eso es más importante que la memoria que tenemos en la mente.

Esta tarde decía tu hijo que necesitas el contacto físico tanto como el comer. Cómo le explicas eso a esos señores que hacen las normativas que nos impiden encontrarnos en cuerpo y alma.

Madre ojalá puedas sentir pronto  lo mucho que te queremos, eres  un ejemplo de fortaleza que se crece ante la adversidad. Eres mi balcón al mundo y creo que el fulgor verde de tus ojos es el mejor camino hacia la esperanza.







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