La solitaria campanada anuncia la llegada de la una, una de la tarde.
La mente recurrente escarba de nuevo en el pasado.
Él me descubrió un universo sonoro de una belleza sublime.
Y sucumbí a un amor que jamás supo de besos y de abrazo.
Parecían bastarme la música y las hermosas palabras.
Era más bien una idea fija que resonaba en el fondo de mi alma.
No conocía espejo más perfecto en el que mirarme.
Entonces, quise ver reciprocidad donde sólo hubo cortesía y, después, silencio.
¡Hace ya tanto que no siento sus ojos de mar acariciando mi alma!
Ahora sé que sólo fue, que me lo imaginé erróneamente.
Ahora son la una y cuarto: ha llegado mi hora.
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