domingo, 10 de febrero de 2019

A veinte centímetros

Apenas  veinte centímetros la separan de la libertad y ,sin embargo, ahí se queda quieta y parada, sin atreverse a pegar ese pequeño gran salto que la llevaría a explorar el resto del mundo.

Me gusta mucho observarla  cuando se encuentra en este trance, subida a los barrotes de la ventana y con todo su cuerpo direccionado hacia el alero del tejado, lugar que la conduciría fuera de la casa, ese tejado que yo trepé tantas veces de niña para escaparme. No entiendo porqué lo hace (quedarse quieta sin moverse del sitio). No sé si los gatos sienten también miedo en su interior y es que tiene miedo a lo desconocido. No lo sé.

La observo no queriendo irse y me siento ,en esos momentos, identificada con ella: es como si los dedos de mi mano rozaran la paz, como si con un sencillo gesto pudiera alcanzarla. Pero ocurre que, cuando llega la hora de dar el salto (como le pasa a Fénix), me quedo bloqueada e inmóvil y finalmente me vuelvo a quedar dando vueltas en este, mi particular purgatorio.

A veces creo que finalmente se irá y aunque no hago nada para impedirlo, he de confesar que no me gustaría que lo hiciese, pues la quiero y me hace mucho bien su compañía.

Algún día no muy lejano me iré al otro lado, a la cara más amable de la existencia y si no encuentro una motivación última, será por el mero agotamiento mental. Ya estoy con los bártulos en marcha, me falta sólo un poquito más de orden para salir del ostracismo.

De tanto ponerme en lo peor estoy comenzando a quitarle preponderancia al constructo del pensamiento.

Volviendo a la gata Fénix, me gusta mucho observarla y verla respirar hondamente mientras escudriña el cielo con sus alargadas pupilas que se contraen levemente cuando sale a la luz de los patios.
Entonces refulge el verde de sus ojos, lagos de aguas tranquilas y el cielo al que dirige su mirada, la reconforta.

Me gusta verla tumbada en el suelo retozando y dando volteretas sobre el arco de su espalda
Adoro su deliciosa compañía cuando estoy sola. Intuye muchas veces mi tristeza y  busca el mejor sitio de mi anatomía para dormirse pegada a esa zona de mi cuerpo para darme calma con su compañía y su dulce ronroneo.

Ayer se coló un gato enorme en el patio y Fénix estaba ahí con el gatazo cara a cara sin saber muy bien que hacer. Yo salí para ahuyentar al gato (pues no venía en son de paz). El gato al verme de dos saltos se marchó por los tejados. Fénix se colocó entre los barrotes de la ventana, sin hacer ese salto de veinte centímetros de distancia y vio como se marchaba sin inmutarse demasiado.
Yo pensaba que iba a marcharse detrás  y no lo hizo.

 A lo mejor no se va porque no le da la gana. Dice mi hermana que la gata está muy a gusto aquí y que por eso no se va.

Yo sólo quería escribir un poco sobre esos veinte centímetros pues por un instante me gustaría ser gato y saltarlos con ella, con Fénix,  sabiendo así que no hay impedimento para poder pasar al otro lado de la realidad.




















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