Han muerto los dos.
Dicen no se qué acerca del romanticismo de la situación, por el hecho de la desaparición de ambos en tan breve distancia de tiempo. Como si no pudiesen vivir el uno sin el otro.
Si eso es el romanticismo, irse presto a reunirse en el lugar sin retorno de la muerte, el romanticismo, entonces, es una puta mierda. Yo lo único que sé (y no le veo romanticismo alguno) es que con sólo algunos días de diferencia (de la pérdida de mi madre y al poco de mi padre), me he quedado sin mis referentes, me he quedado huérfano.
No sé si voy a ser capaz de silenciar este gran dolor, ni sé si voy a poder tirar de esta vida, ahora muy vacía por ésta honda brecha de profundas ausencias.
De un instante a otro instante, cambia todo. Lo único que es certeza es que nadie escapa a la voracidad de la muerte.
¿Qué es lo que somos?
Nada.
"Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos", escribía Borges.
Se acabó el tiempo de crear nuevos recuerdos junto a ellos, sin entender aún que su espíritu se encuentra impregnando mi esencia, que están en cada milímetro de mi ser, de lo que yo soy.
Lloro y mucho lloraré, hasta vaciar la amarga alta marea de asombro que su no existencia me produce.
¡Bendito instante gratificante del llanto! bálsamo que alivia esta pena tan profunda.
La casa familiar ha perdido parte de su aura y hoy más que nunca siento descarnarse mi piel en el mundo, siento mi corazón herido fatalmente.
Las cosas han perdido su substancia, y mientras mi alma, apenas atisba a recomponer su estructura ahora maltrecha, como muchas otras veces busco un pequeño desahogo entre las letras.
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