viernes, 24 de mayo de 2019

A pelo

Hubo un tiempo, que también ya cesó, en el que la realidad se me hacia soportable ante la "siempre" posibilidad de contemplación de determinados puntos de fuga que yo guardaba dentro como el mejor de los tesoros.

Cuando, por fin, fugué hacia esos queridos puntos, me di cuenta a duras penas, que no era posible construir con ellos ningún tipo de perspectiva, había depositado demasiadas esperanzas en un espejismo.

Se rompió, también, el espejo en mil pedazos y comprendí que sólo desde la soledad encontraría respuestas a todas esas cuestiones que parecían tan irresolubles y pesaban tanto.

Pero, la mente creadora no es un ente solitario (que obedezca a título individual), sino que tiene por costumbre (por el placer que supone) trabajar en equipo.

Ese equipo que surge para avanzar y crecer pocas veces es el que uno se imagina (desde una falsa perspectiva).

Hay que tener claro cuando dejaron de existir ciertas cosas y hacer el día a día con el material que se pone a nuestra disposición en el día a día para el constructo del mañana.

Cuando empiezas a entender que el amor no es parcelable, ni es de "sujeto prioritario";  cuando empiezas a ver cual es tu lugar concreto en un instante dado en el mundo.

Lo que quiero decir y que tanto trabajo me cuesta es que, desencadenada ya de las querencias de la imaginación y de la falsa espera, miro y observo atentamente a mi alrededor buscando el origen de la pena y angustia que siento en el alma. Empiezo a sospechar que esa rémora del pasado destroza mi día a día (al darle más peso que a los aconteceres presentes) y no puedo permitirlo. En atención plena, esta mañana, las estancias del hogar se van llenando de trinos y de rayos de luz, todo se dispone así para hacer del día una buena obra.

Quiero decir que debe soltarse ya del pensamiento que ha de haber malestar porque el ahora no es como desearíamos, cuando quizás lo que hay que hacer es actualizar esos deseos conforme a lo que nos ofrece la vida, que es mucho, en cada momento. Los pájaros "esplenden" primavera y yo tengo vocación de encontrar en cualquier lugar la invisible belleza.

Recuerdo ahora a una señora que vive en la residencia de mayores de mi pueblo. Su relación con el mundo exterior se limita a una queja en forma de grito continuo, una letanía en la que no para de repetir: -¡que mala! Lleva años así, y si se le pregunta la causa de su malestar no sabe que contestar, ha olvidado la causa y ha hecho motivo de su existencia el repetir hasta la nausea el "¡que mala!", ha decidido quedarse en el sufrimiento.

A mi, en cierta manera  me ocurre algo parecido, continuo sufriendo por aquello que fue y no debió ser y por aquello que no fue, en lugar de callar ese "que mala", única vía posible para escuchar el trinar de los pájaros que va graduando los espacios, me entrego a un sentimiento de culpa que no sirve absolutamente para nada que no sea una dosis de penar un rato, que a veces se extiende a todas las horas del día.

Es extraño pasar del ideal a las tenues pinceladas de realidad tan lejanas en parecido a un mundo de ilusión y fantasía.
Y como constaste mientras escribo, el trino de los pájaros que me hablan de una primavera con tintes estivales y me advierten que no se me ocurra derramar una lágrima en la arena.

Se  me escurren las fechas del calendario por entre los dedos y la palma de mi mano.

Y mientras encuentro algo que ordene este caos, el tiempo hace mella en las líneas de mi memoria.

Ese algo está dentro y se llama confianza.

Hubo un tiempo que ya cesó en el que la realidad era soportable ante la posibilidad de contemplación de los puntos de fuga.

Ahora este tiempo es un tiempo lento, de ir  "a pelo".







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