No se trata de que yo me auto-imponga la tarea de no recordar, es que el pozo de los recuerdos mágicos también se agota.
Se desdibujan las sensaciones pasadas y se van fusionando los contornos difusos de la realidad que fue, con los parajes del ensueño. Un extraño continuo en el que se mezclan, unidos por el desengaño, los espacios y los tiempos.
No hay mayor contenedor de historias y de palabras que el silencio impuesto unilateralmente, al menos para la parte que es silenciada y que en plan suicida sigue escuchando sin rendirse para ver si puede dilucidar su voz por un instante.
La vida sigue desarrollándose y te sorprendes en un momento preguntándote que para qué, que no tiene ya sentido continuar aferrándose a un recuerdo.
En los momentos más bajos, de mucho pensamiento y poca acción, es cuando me han sucedido siempre los desengaños, ese tu sola te vas a dar cuenta que me decía a modo de advertencia mi madre cuando ya no era tan niña.
Nada es en mi vida como yo me había imaginado tiempo atrás y, al margen de la asimilación de la que soy capaz de los acontecimientos, creo que ha llegado el momento de crecer, de continuar creciendo en este proceso tan complejo que es la vida.
Quizás el mar son sus ojos fuera sólo un oceánico pensamiento.
Y claro, el mar no mira, no observa, quizás es tan sólo una de las múltiples manifestaciones del infinito.
Yo nunca fui barco viajero en ese mar, pues me costó mucho soltar amarras.
Fui más bien una extraña embarcación que zozobraba amarrada fuertemente en la orilla.
Pero eso ahora ya no tiene importancia, ahora que es de por si tarea difícil respirar el aire en su justa medida.
Me gusta la palabra crecer, ese ir en aumento que parece no tener límite.
Me gusta dejarme llevar y escribir, porque siento que al hacerlo modulo mejor el aire que respiro y a veces, escondida entre las manidas palabras noto alguna semilla de crecimiento.
.