Habíamos atravesado la capa de nubes y un sol radiante bañaba todo el interior del avión. Sus rayos horadaban los pequeños huecos que hacen las veces de ventanas, proyectando una luz tan matérica que hacía irreal la contemplación de la escena. Entonces, me sentía como si estuviese dentro de un instrumento musical. Y yo era esa nota o ese acorde atrapado, a la espera de ser despertado por las manos de un virtuoso. Y así, me habría quedado eternamente sin llegar a ninguna parte, presa de mis miedos, aplazando el hecho de aceptar que ya no volvería más a verte, amor.
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